
Aunque parezca abrumadora la tarea de explicar los más
de 155 años de intricadas líneas de sucesión y momentos clave del Partido
Liberal y el Partido Conservador, el autor le da su lector la mejor arma para
digerirlo: la imagen de un continuo balance que le fue permitiendo el
electorado a ambos partidos; es decir, que cada cambio intermitente y evolución
de gobierno está marcado por un momento clave en la historia que marcó al
pueblo canadiense. El efecto todavía se percibe en la actualidad, por ejemplo,
en las elecciones de Alberta de 2019, donde el Partido Liberal y su premier
Racher Notley, fueron desplazados sin más por los Conservadores encabezados por
Jason Kenney después de sus cuestionables políticas energéticas y de su
inefectividad para reducir la elevada tasa de desempleo. Esto es una muestra de
la dinámica de las votaciones y el sistema político:
A pesar de permitir
la participación e inclusión en la escena política de nuevas agrupaciones partidistas
en elecciones provinciales y federales resulta ser al mismo tiempo excluyente y
cerrado, lo cual obedece al que el esquema político de Canadá ha sido
establecido desde las élites para ser dominado por un sistema bipartidista […]
Como resultado de esta particularidad, el electorado canadiense suelen
identificar en este esquema a los responsables de su propio bienestar social
[…] por lo regular emiten su voto como una especie de premio o castigo a los
dos partidos dominantes (74).
En contraste, el autor explora también las razones por
las cuales los primeros ministros de Canadá permanecieron casi o más de una
década. Por ejemplo, entre el primer capítulo y el segundo, relata la llegada
de Pierre-Elliot Trudeau (padre del primer ministro Justin Trudeau) y sobre el
efecto que su autoridad marcó para la historia de Canadá, pero también habla
sobre como sus sucesores liberales quedaron a la sombra del hombre que fue
respetado y envidiado por los tories (o
conservadores). Cabe destacar un hecho memorable de su gobierno, la Constitutional Act de 1982; una
declaración de derechos individuales de carácter constitucional que no tenía
precedentes en Canadá, en la cual se le daba el control a las provincias de sus
propios recursos naturales, mientras que también les daba autonomía para
alcanzar acuerdos a nivel nacional mediante la unanimidad provincial y la
mayoría calificada (22).
Por supuesto, esto no fue bien recibido por Quebec, provincia
que se consideraba como requisito indispensable para “alcanzar cualquier nuevo
tipo de decreto constitucional” (22). En este sentido, se destaca que Quebec
siempre ha sido motivo de controversia, no solo por la evidente cultura francófona
hegemónica compitiendo a la par de la apabullante cultura inglesa, sino también
por la producción histórica y política que significa para todo Canadá. De
hecho, indica Santín Peña, la ruptura más significativa que dio lugar a una
crisis política fue durante los años ochenta, más que nada la negativa de las
viejas élites tories hacia las
políticas impuestas por las administraciones liberales (285), junto con el
fallido Referéndum de Quebec de 1980.
Finalmente, el libro es un vistazo a lo que ha pasado
en Canadá respecto a la forma de hacer gobierno, pero también ayuda a entender
los cómos y los porqués de los procesos electorales, muy complejos y diferentes
en relación con el sistema democrático de México o de Estados Unidos. Cabe
mencionar que, por su diversidad, Sucesión
y balance… también resulta una explicación previa al sistema parlamentario
de Canadá, cuyo entramado histórico resulta igual de fascinante que los 155 años de Canadá.
FUENTE: Santín Peña, Oliver. Sucesión y balance de poder en Canadá entre
gobiernos liberales y conservadores. UNAM / CISAN. 2017.
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